Nunca sabemos cómo empezará una historia extraordinaria. Las consecuencias de acciones cotidianas pueden traernos sorpresas que nos dejan completamente anonadados. Una de estas historias es lo que le ocurrió a John Sims.

John es un tipo normal. Vive en Estados Unidos, es jefe de un departamento de bomberos y estaba viviendo un momento importante de su vida, había comprado una nueva casa. La sensación de tener un espacio propio es un momento único en la vida de toda persona, no es una mudanza normal, es cumplir un sueño. La nueva morada, nueva para él, por supuesto, estaba ubicada en la ciudad de Tucson, en el estado de Arizona.  Todo marchaba relativamente bien hasta que comenzó a notar detalles un tanto… anormales.

De cara al misterio

La situación para John se estaba volviendo insostenible y ya comenzaba a temer por su salud mental. Se sentía como en una película de Hitchcock donde el personaje perdía la cordura. A veces, mientras desayunaba, se quedaba largos minutos con la mirada perdida hacia su jardín y el café se enfriaba y el apetito se le iba.

Ya ni siquiera podía trabajar tranquilo. Los pensamientos del jardín lo seguían hasta el trabajo y se mezclaban con los llamados de incendios y las órdenes que debía impartir a los bomberos. Se decidió a llamar a su conocido, el vendedor. Lo hizo con un poco de vergüenza. Cuando logró contactar con su familia, su frustración fue mayor: estaba de viaje por Sudamérica y no volvería sino en un mes. En ese momento se terminó de convencer  que el problema tenía una sola solución: o lo averiguaba él mismo o perdía la cabeza. Fue hasta su cochera, tomó la vieja pala  y salió al jardín.